viernes, mayo 12, 2006

Errores...

Bruno Marcos
Es increíble. Vuelvo al peluquero y el mismo error incomprensible. Hará uno, dos meses, que fui y otra vez. Por si acaso, al terminar el pelado, me levanto, me instalo los anteojos y acerco mi rostro al espejo. Ahí estaba, de nuevo, la patilla derecha centímetro y medio más larga que la izquierda. Protesto y me vuelvo a sentar en el sillón de afeitar. Compruebo el arreglo y no me satisface. Le pido al artesano del cabello que me miré de frente y, bizqueando un poco los ojos y con gesto bobalicón, me dice que él sigue viendo más larga la derecha, como si fuera yo el empeñado en que me dejase cojo de las patillas.
Salgo sin dejar propina esta vez, importunado por el error tan estúpido, y sin saber a que achacar un descuido así cuando sé que, aunque el peluquero no me da conversación, sí se esmera más con mis cuatro pelos que con otros pelos para esculpir un cabeza regia.
Al entrar en el portal coincido con dos ancianos en el ascensor, les digo que yo vivo en el tercero y ellos añaden que también van al tercero. Yo, incomprensiblemente, digo, alto y claro, que vivo en el A y, de inmediato, me percato del injustificable error pues yo vivo en el C, pero no sé por qué he dicho que soy el del A. Desisto de desdecirme pues no sabría cómo. Salimos del ascensor, yo me meto en el C y ellos en el A, se despiden cortésmente mientras, con toda probabilidad, cavilan si ese muchacho –yo- estará mal de la cabeza.
Abro la nevera y, ante estos pequeños errores, cojo un pequeño petit suise, y me lo como mientras medito en lo rápido que el destino me mostró por qué se cometen pequeños errores, por qué pude haber salido cojo de las patillas, por nada.